Cuanto más aumentan nuestros conocimientos acerca de la democracia -incluyendo los derechos humanos y el voto-, cuanto más se evidencian las limitaciones de los controles y equilibrios constitucionales, más se va reconociendo la capacidad de la sociedad civil para asumir un tipo de resistencia que pueda considerarse ingrediente esencial de una cultura política madura. Las huelgas y los boicots, la ralentización del ritmo laboral y las barricadas, las sentadas y las ocupaciones, son sólo algunos de los métodos de que disponemos para hacer valer nuestros derechos y enfrentarnos a los gobiernos más o menos autoritarios.