Durante siglos, el teatro y los toros han sido las posibilidades de esparciamiento más constantes y apreciadas de los españoles. Han servido para conformar su sensibilidad y su universo mítico, y han contribuido de manera decisiva a configurar su imaginario colectivo. No es de extrañar el desmedido interés que por ambos espectáculos han sentido moralistas, educadores, reformadores, gobernantes y estudiosos. Nuestra historia literaria y cultural casi desde la Edad Media hasta nuestros días está empedrada de escritos en los que se polemiza en torno a la licitud de ambas celebraciones.