Con los ojos del yo, la autora contempla otro cuerpo al que a veces ve dormir. Su par de ojos y su par de manos se convierten en cuatro o seis echándole luz encima. Ahí el aroma de la canción amada, las palabras del abuelo, los muchachos, los amaneceres. La escritura esculca lo que la vida alentó, lo que fundó, lo que creció sin que nos diéramos cuenta. La escritura es ese ovillo en el laberinto, con ojos de ciega ve, una y otra vez, bajo la incitación amorosa. Se dirige al sol para que conserve el amor entre los motivos de su luz, aunque nos arroje a la desnudez como la primera vez y otra vez la soledad.