Un canto a la alegría de saber gozar de lo que nos rodea, de captar la belleza efímera que nos regala la naturaleza en todas sus manifestaciones. Del mes de junio podemos leer estas palabras que nos trasladan al mejor sitio donde podemos encontrarnos: "Si, encandilados, nos adentramos en un bosque por la mañana, lo encontraremos envuelto aún en una sombra verde. Esto obedece a que los oblicuos rayos del sol se han detenido en la maleza de las lindes, donde se trabajan en la formación de diversas floraciones. Hacia el mediodía junio ha de emprender un árduo ascenso hasta alcanzar al sol, en su punto más alto, para deslizarse con él por los troncos de los árboles. Aquí tenemos a este hermoso mes, plantado en el suelo del bosque, brillando con luz propia."
Raquel A., Narrativa, Alibri

«¿Los meteoros? Nos hemos acostumbrado a llamar ?meteoros? únicamente a los astros errantes, las estrellas fugaces o los rayos. Ahora bien: todos los fenómenos que tienen lugar en la atmósfera responden a este hermoso nombre. El granizo, la niebla y los pétalos de la rosa de los vientos son meteoros, como lo son también la cencellada, la cellisca y el deshielo, el arco iris y el halo de la luna, y como lo son asimismo los silenciosos relámpagos de la canícula, en los que se libera la angustia de las noches de julio, meteoros son, por último, el arrebol del ocaso y los verdes centelleos del alba. Tras devolverles su verdadero nombre a todos estos semidioses alados, también tendremos que devolver a nuestros embotados sentidos su sutileza original. A partir de entonces, todos los placeres de los meteoros volverán a mostrarse accesibles para nosotros». Marie Gevers pasó toda su infancia en la finca familiar de Missembourg ?paraíso verde legendario ya en la historia de la literatura belga?: su casona, su estanque y su jardín son el marco de esta narración fulgurante. En este libro mágico y secreto, en esta joya escondida, caprichosa y llena de encanto, se narra la historia de una iniciación: la de una mirada entrenada para ver el lado misterioso de las cosas. A través de la amorosa observación de la naturaleza que la rodea, con una prosa evocadora y exquisita, y mejor que muchos tratados filosóficos, Marie Gevers nos incita a descubrir la inanidad de nuestros odios o la fragilidad de nuestras aspiraciones, nos devuelve sin cesar a lo esencial, que es el lento ascenso de la vida, a pesar de los cataclismos y los furores. «El placer de los meteoros» es una oda a la alegría, un elogio de la materialidad fugaz de los fenómenos: explorar, nombrar y compartir el júbilo de lo efímero para llevar con plenitud una existencia en perpetuo devenir.